EL PRIMER MOTOR DE AVIACION CONSTRUIDO EN SUDAMERICA
Son muchas las efemérides que periódicamente oímos recordando
acontecimientos del orden nacional y mundial; muchas de ellas relacionadas a
personas y hechos importantes, mientras que otras no tanto. Pero sin embargo
existen acontecimientos destacados que pusieron a prueba y demostraron la
capacidad y el ingenio del ser nacional lamentablemente en muchos casos quedan
olvidados y casi desconocidos sin entenderse realmente ¿El Porqué?, tal es el caso de la fabricación del primer
motor de aviación de Sudamérica ocurrido en Córdoba durante los inicios de la
ex Fábrica Militar de Aviones.
Antes de los años 30 del siglo pasado
Argentina había iniciado la empresa industrial más importante de sus tiempos:
la Producción Aeronáutica. Dentro de aquel programa el objetivo no era
solamente producir aeroplanos (los que había puesto en vuelo con total éxito a
partir del año 1928), sino que además
debía fabricar sus propias plantas de poder para muchos de ellos, objetivo este
que llevó a nuestro país a adquirir una licencia en la república de Francia
(Sociedad industrial Lorrayne &
Breguet) en donde a partir del año 1928
se designó una comisión de técnicos argentinos con destino a aquel país europeo
para estudiar y adquirir la citada licencia, los cuales estaban presididos por
el ingeniero aeronáutico Ambrosio Taravella quien fue designado como Jefe del
Servicio de Fabricación de la Fábrica de Aviones y responsable directo del
proyecto de la construcción del motor.
Año 1929 Operarios junto al
Ingeniero Taravella en frente del primero motor construido en Argentina
Desde el país europeo se lograron los
conocimientos y se trajeron algunos lotes de materias primas, las partes más
importantes de los primeros motores en bruto (sin maquinar) junto con algunos
accesorios específicos y toda la documentación técnica y planos, mientras que
el resto quedaba por cuenta del desafío criollo.
Se adaptaron los talleres y se
creó la Fábrica de Motores de Aviación, para lo que se construyeron
herramientas especiales y se formó al personal de operarios en donde algo más
de 50 personas altamente entrenadas y disciplinadas, con férrea voluntad de
trabajo, dedicación exclusiva y sin limitaciones de horarios ni festividades,
se abocaron con verdadera pasión a tan caro emprendimiento nacional.
Los objetivos a lograr fueron muchos:
el maquinado exacto de las piezas; los regímenes de tolerancia; el adecuado
montaje y ajuste de las partes; los análisis de fallas; la puesta a punto de
cada componente; el montaje y armado; la instalación de un complejo banco de
pruebas y de utillajes especiales, la adecuada calibración de las partes; el
correcto tratamiento térmico de los materiales etc. Así es como se estaba
realizando en Argentina un trabajo de alta ingeniería industrial como nunca
antes había acontecido y se lo realizaba con muy poca experiencia por lo cual
se convertía en un verdadero desafío; mientras que para lograr la meta, se
contaba solamente con el entusiasmo, la
armonía del equipo, y los conocimientos adquiridos de los franceses, los cuales
en la práctica muchas veces no alcanzaban.
La lucha fue muy grande y los obstáculos
a vencer fueron muchos hasta llegar al dominio de cada parte. Horas y horas,
noches enteras de torneros, ajustadores y fresadores en talleres mecánicos
entre limas, máquinas, llaves, lámparas y planos. Partes que se volvían a hacer
y se repetían hasta lograr su aprobación de funcionamiento, diseños y
rediseños, discusiones opiniones y sugerencias, ojos cansados, mecánicos y ajustadores estresados encerrados en talleres, ingenieros
concentrados en el desafío y mirando cada momento de la marcha de cada pieza y
componente. Todos sin excepción; jefes y operarios en un verdadero equipo y con
una sola misión: alcanzar el objetivo.
Imagen en la pared de la Virgen de Lujan y técnicos que disimuladamente
se persignaban y se encomendaban a Dios al comenzar cada labor. Todo era muy
exigido y mucho era incierto, porque como ya dijimos, faltaba experiencia.
Algunos de los mismos franceses no creían que los argentinos pudieran poner en
marcha un motor de aviación. Tampoco ellos habían vendido un motor desarmado;
habían vendido la licencia para construir uno igual; por lo tanto la labor de
esta construcción no era tan simple, al contrario: demasiada compleja. Además era
el tiempo en que la Fábrica de Aviones aun no tenía fundición propia, por lo
tanto, todas las piezas fundidas, que no eran pocas, se las realizaba en los
talleres del ferrocarril en la ciudad de Cruz del Eje.
El motor que había seleccionado nuestro
país era el “Lorrayne Dietrich” de 450 CV con 16 cilindros en W y estaría
destinado a equipar el primer avión metálico nacional Dewoitine D21 y también equipar aviones producidos en
la Fábrica de Aviones para uso civil y comercial.
Los días de intensa actividad en el taller
de motores se tornaban minutos en frente del objetivo a alcanzar con relación
al tiempo. Cada vez sobre el primer utilaje de línea los componentes se
ensamblaban dando la forma adecuada al flamante Lorrayne. Todos los operarios
sentían una especie de “ternura industrial” y estaban sensibles con la flamante
creación, trabajaban con mucho tesón y delicadeza dando forma adecuada a su
nueva creación y festejaban con gran entusiasmo el logro de cada parte. El
ingeniero Taravella, el gran líder de esta construcción, muy respetado por cada
operario por su condición de persona y su capacidad profesional, no descuidaba
un solo instante de cada ajuste y cada prueba de banco. El laboratorio de
ensayos de materiales estaba expectante ante cada análisis y cada tratamiento
que realizaban para registrar toda la información. Todos los hombres
funcionaron con una asombrosa sincronización, los unía el gran entusiasmo de
una nueva creación.
Al final los esfuerzos de este grupo de
pioneros industriales se atenuaban en virtud que se alcanzaba la meta, y el día
29 de diciembre de 1929 nuestro país ponía en marcha el primer motor de
aviación construido en Sudamérica desde los talleres de la Fábrica de Aviones
en Córdoba. El rendimiento de este motor fue extraordinario, su régimen de
funcionamiento superaba los parámetros indicados por el mismo fabricante. El
motor se produjo en serie y equipó además del primer caza metálico producido en
Argentina, a una importante cantidad de aviones civiles y para transporte
comercial también producidos en el país.
Varios países europeos
quedaron asombrados con el logro argentino y muchos de ellos como Italia y
Francia publicaban la noticia en sus periódicos “se puso en marcha el primer
motor de aviación en Sudamérica” la euforia de todos los humildes pero
tesoneros operarios, técnicos e ingenieros que desarrollaron aquella formidable
empresa no merece quedar en el olvido porque fue un hito importante de la
capacidad de los argentinos.
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