El viejo fuerte de Río
Cuarto controlaba el aguardiente
Escudriñando a través de
la historia es posible encontrar que ya antes de 1740 sobre el río Cuarto
existía un “fuerte” cuyo objetivo era
dar seguridad a las tropas de carretas y arreos de mulas que trasladaban las
mercaderías desde Buenos Aires a Mendoza, viaje este que comprendía recorrer
unas 200 leguas, pasar nueve ríos con
sus propias dificultades, y enfrentarse con centenares de peligros y
limitaciones, considerando además que en varias partes de esta travesía por las pampas escaseaba el agua.
Ahí
surcaban las carretas sus trayectorias con la carga y los riesgos a cuesta. También en este mismo año el Gobernador de
Córdoba del Tucumán resolvió gravar el aguardiente en tránsito con un impuesto
muy significativo que se cobraba en la “guardia de Río Cuarto” y esto fue todo
un grave problema. Un informe del Cabildo de Mendoza detalla “Los guardias le
quitan el dinero a los troperos y botijas de aguardiente y existe un acta en que se denuncia el despojo
que le hicieron al carrero don Pedro Sánchez en donde le quitan los platos de
plata, cucharas, mate, pie y bombilla, ponchos, frenos y avíos”
.
Hay muchos episodios documentados de esta naturaleza, los que se nota que eran común
en la Guardia del Fuerte de Río Cuarto. Tanto es así que el documento detalla
que los guardias de Río Cuarto obligaban a los carreros a realizar pagos
ilegales para dejarlos pasar caso contrario no continuaban hacia Buenos Aires.
Estas cargas de carretas transportaban vino y aguardiente, este último era el
que estaba grabado y pasaban unas 8000 botijas por año, por lo tanto la guardia
exigía que se destaparan las botijas para comprobar si estaban llenas con vino
o aguardiente, dado que siempre declaraban vino.
Las botijas abiertas continuaban viaje en
malas condiciones, en virtud que el tapado de las mismas, realizado con yeso
tratado, lo efectuaban exclusivamente en las viñas de origen en Mendoza con procedimientos especiales. Una vez roto
el tapado original, el producto quedaba adulterado. Intensas fueron las
gestiones que se realizaron por parte de los productores cuyanos por el destape
de las botijas en la Guardia de Río Cuarto, para esto enviaron un representante al Virrey Del Perú
solicitando que suspendiera este
impuesto y denunciara los atropellos en los controles del camino.
También por aquellos años fueron muchas las
caravanas de carretas que atravesaron las pampas al sur del fuerte de Río
Cuarto para evitar estos controles y sus sobornos, pero esto se convertía en un
riesgo tremendo porque se debían exponer en territorio indígena. Además la
guardia los perseguía y al detenerlos le confiscaban la mercadería y los
llevaban presos a Córdoba dado que controlaban el camino y una amplia región. En
este caso la guardia resultaba más efectiva para “atrapar carreros” que para
protegerlos de los indios. Ocurría que era mucho el dinero que se manejaba,
además el carrero debía traer dinero cantante y sonante para pagar el impuesto
y sobornar a los guardias.
Fue don Hermenegildo
Quiroga un tropero cansado de ser maltratado y sobornado por la
guardia de Río Cuarto, quien con su tropa de carretas y doscientas mulas desvió el camino para eludir el fuerte de Río
Cuarto, al final los indios hicieron de las suyas y fue muerto junto a sus
peones, este no fue el único y lamentable caso. En definitiva la autoridad no
obraba con decencia ni con justicia,
todo se movía al compás de lo que se podía “recaudar”. Pasar casi
siempre significaba pagar no solamente
el impuesto, sino que la coima y dejar varias botijas de licor que se repartían
los hombres del fuerte.
Otro de los graves problemas de los
carreros era poder manejar su personal en esa larga trayectoria, muchos de los
hombres se hastiaban de tan duro trabajo y trataban de robar bebida por lo que
tomaban una botija ya abierta por la guardia de control y sacaban contenido
para luego llenarlo con agua. En el caso que la carreta no tenía botijas abiertas por la guardia del
fuerte algún arriero enviciado y hábil, con un hueso de animal muy bien preparado que
lo afilaban para usarlo de broca, agujereaban el centro del tapón, luego con un canuto de planta silvestre que
seleccionaban lo usaban de bombilla para extraer aguardiente. Al final al agujero
lo cerraban muy bien disimulado haciendo una especie de pasta humedeciendo guano
seco de lechuza y ceniza, lo que a simple vista no se notaba que la tapa
había sido perforada, pero cuando al final de recorrido, quien recibía la
mercadería controlaba cada tapa con una alesna, enseguida lo detectaba y la
rechazaba por adulterada. El carrero patrón advertía las situaciones de robo cuando veía arrieros con conducta de ebriedad lo que no dejaba de ser un grave problema por
las pérdidas y conflictos que ocasionaba estas situaciones.
Transitar aquellos viejos caminos de
carretas fue toda una gran epopeya llena de sacrificios y con un alto riesgo de
pérdida de vidas humanas. La importancia que tuvo la carreta y el tropero fue
fundamental; es lo que permitió
desarrollar la economía de la colonia y el progreso de las regiones, era
imposible pensar en otro medio de transporte que no fuesen las tropas de
carretas cruzando el desierto y los arreos de mulas cargadas con mercadería.
Rio Cuarto jugo un papel fundamental en ese tráfico y en el camino porque fue
el lugar donde se asentó el centro de control de una mercadería tan específica
y codiciada. Enterado el Virrey del Perú de las anomalías de los controles
sobre el Río Cuarto, los problemas de este viejo fuerte fueron superados y en
el año 1945 es creado un nuevo registro aduanero en “San José”, al frente del pueblo de San
Bernardo. Ahí funcionó la oficina de
control de impuesto de sisa a la yerba del Paraguay y a otras mercaderías, pero
en este caso brilló por el eficiente desempeño bajo el control del Maestre de Campo don Vicente Funes que
era el Abuelo del Deán Gregorio Funes y se desempeñó a cargo de dicha oficina hasta su muerte
quedando sus restos mortales sepultados en el cementerio de San Bernardo.
Walter Bonetto
walterbonettoescritor@gmail.com