miércoles, 18 de septiembre de 2013

El llamado de leva

    Es indudable que la patria siempre tuvo su precio y se formó  con enormes sacrificios. Si analizamos nuestra historia local, desde este mismo  sitio de la antigua y peligrosa  Frontera Sur,  podemos observar la contribución de sus habitantes en el aporte para la formación del ejército  de Buenos Aires. En el año 1812 todos los pobladores de La Concepción debían contribuir “de manera voluntaria” para juntar y enviar  a Córdoba  vestuarios y abrigos para los soldados de la patria. A pesar de la pobreza y miseria de tanta gente, igual se hacían innumerables esfuerzos  para satisfacer el pedido del gobierno. Fueron muchas las mujeres de la Villa que hilaron innumerables  mantas con destino a los soldados, pero además de estas mantas iban gorras, piezas de cuero curtido a mano, velas, prendas de vestir, yerba mate, algunos licores artesanales y animales en pie.

    En aquel año Buenos Aires había requerido al gobernador de Córdoba el aporte de diez mil ponchos para las tropas del ejército y ese era un compromiso que se debía lograr con el aporte de toda la provincia;  tanto los pobres como los más acomodados debían contribuir. El Alcalde don Antonio Ponce de León  el día 1 de de marzo de 1812  recibía también la orden del Gobierno de Córdoba con el fin de tomar todas las medidas correspondientes para contribuir con el Gobierno de Buenos Aíres en la realización de las campañas militares. Aquella orden decía: “ Se deben alistar a todos los comerciantes en efecto de cartillas (libretas), es decir al por menor, a los que comercian en mulas, ganado, pulperías y otros artículos, quienes, proporcionalmente a sus medios deben asignarse con el número de piezas a que cada uno comercia y a la vez, librarse orden a los jueces de pedáneo a fin de hacer extensiva la contribución  entre el mayor número de habitantes, con las listas de los donativos requeridos para el ejército…”

      La contribución de los territorios del interior con el Puerto Del Plata indudablemente no se limitó solamente a lo material, ya en años anteriores se habían enviado esclavos y soldados  pese a desguarnecer la frontera, y fue en el año 1813 en donde el  Comandante Echevarría, del Cuartel Militar de la Villa de La Concepción, debió mandar a Córdoba cincuenta jóvenes reclutas de esta población y sus alrededores para auxiliar en Buenos Aires a las fuerzas militares.  Reunir a esta cantidad de hombres en aquellos años no era para nada fácil. En la mayoría de los casos: primero se los detenía, luego se los encarcelaba en los calabozos del Cabildo, para al final remitirlos. En este caso y para evitar que escaparan se los trasladó encadenados con rigurosa custodia en tres carretas.

    Ante cualquier noticia de leva,  todos los muchachos desaparecían como espantados de La Concepción,  así fue que un crecido número de jóvenes muy útiles para el servicio de las armas se encontraban prófugos y el Comandante militar debió mandar partidas para atraparlos aunque los resultados no siempre eran alentadores.

    En aquel mismo año y con grandes esfuerzos -además de los cincuenta reclutas ya enviados- se pudieron reunir quince muchachos más, estos también partían a Córdoba y desde allí rumbo a Buenos Aires para alistarse en la marina; todos con notas de vagos, ladrones, desertores, dañinos y pendencieros. Muchos de estos no lo eran tanto, se habían convertidos en fugitivos para salvarse de la leva.  Por aquellos años la necesidad de varones para formar las filas del ejército  era imperiosa, pero también lo era para defender la frontera, aunque en general esta quedaba en segundo plano, lo que permitía aconteceres dramáticos en los pueblos del desierto.

    Según el Historiador Víctor Barrionuevo Imposti en su obra “Historia de Río Cuarto” (tomo1), él nos narra que “las levas para el ejército comenzaron siendo voluntarias…”  y tenían como objeto reunir a jóvenes  y no tan jóvenes que eran considerados vagos y mal entretenidos como  también  gauchos pendencieros, pero seguramente que eran muy pocos aquellos “voluntarios”, entonces también se enganchaban a los “hijos de familia” que no tuvieran hogar a cargo; todos terminaban  en el cuartel atrapados por la leva, es así como estos parajes quedaban desolados.

    Los hombres que lograban ser  alistados eran manejados con rigurosa custodia por las autoridades militares y se les hacían conocer las penas en caso de deserción  no faltando nunca la figura de “la pena de muerte”. El mismo autor citado precedentemente nos indica en su obra: “No fue poca la fatiga de los Jueces de Pedáneo para rastrillar reclutas, los más ruines tenían agallas para desaparecer como sabandijas. En la leva el ejército atrapaba gente honrada y mozos de averías, inclusive algún ladrón de mujeres  a quien la guerra le haría mucho bien”.

     En definitiva, la cuestión de incorporar hombres al ejército por aquellos años  fue siempre más obligatoria que voluntaria, y cuando el jefe de la partida que comandaba la leva se paraba frente al rancho pidiendo que se presentara el varón, ya no había forma de escapar ni de hacerse a un lado, por más quejas desesperada de su madre,  su mujer, ni llantos de  niños. ¡La leva era la leva!  Fue también obligatoria para la atención de los fortines en la misma frontera.

    Aunque la patria se debía formar con ellos, no era fácil ser soldado. Los tremendos riesgos, la vida rigurosa, la pobreza extrema, la disciplina exigente, y las injusticias que no faltaban, todos  eran factores que se concadenaban en gran medida para provocar desertores, mientras que muchos de los que permanecían contaban sus días como si estuvieran en un presidio para volver a sus pagos, si es que el destino los dejaba.

    Tampoco en el interior existían milicias regladas ni cuerpos bien definidos en su formación. La influencia de los caudillos regionales gravitaba sobre la organización de las milicias como también tenía su injerencia -aunque indirecta- la lucha contra el indio. Pertenecer a un cuerpo de ejército no siempre significaba estar al lado de lo que quería la patria. La lucha de los unitarios y federales influye considerablemente en la formación de las milicias y muchas veces un soldado que para un cuerpo fue un valiente, al perder la batalla lo degollaban por traidor. Eran situaciones muy tremendas en donde el pertenecer a la milicia resultaba ser confuso y muchos le escapaban a cualquier precio y es así que cuando pasaba la “leva” para llevarse al joven y engancharlo de “voluntario” el mundo se derrumbaba para él y su familia.

Walter Bonetto
18 de septiembre de 2013
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