Ese año el gobernador de Córdoba del Tucumán resolvió gravar el aguardiente en tránsito con un impuesto muy significativo que se cobraba en la “guardia de Río Cuarto”, lo que originó un grave problema. Un informe del Cabildo de Mendoza detalla lo siguiente: “Los guardias le quitan el dinero a los troperos y botijas de aguardiente y existe un acta en que se denuncia el despojo que le hicieron al carrero don Pedro Sánchez en donde le quitan los platos de plata, cucharas, mate, pie y bombilla, ponchos, frenos y avíos”.
Hay muchos episodios documentados de esta naturaleza, y se nota que eran habituales en la Guardia del Fuerte de Río Cuarto. Tanto es así que el documento detalla que los guardias de Río Cuarto obligaban a los carreros a realizar pagos ilegales para dejarlos pasar, caso contrario no continuaban hacia Buenos Aires.
No era el único problema. Estas carretas transportaban vino y aguardiente, pero solo este último estaba gravado; por lo tanto la guardia exigía que se destaparan las botijas (pasaban unas ocho mil al año), para comprobar cuál era su carga, dado que siempre declaraban vino.
Pero el tapado de las botijas, realizado con yeso tratado, lo efectuaban exclusivamente en las viñas de origen en Mendoza con procedimientos especiales. Una vez roto el tapado original, el producto quedaba adulterado y continuaba viaje en malas condiciones. Intensas fueron las gestiones que se realizaron por parte de los productores cuyanos por el destape de las botijas en la Guardia de Río Cuarto, incluso enviaron un representante al Virrey del Perú solicitando que suspendiera este impuesto y denunciara los atropellos en los controles del camino.
Por aquellos años eran muchas las caravanas de carretas que atravesaban las pampas al sur del fuerte de Río Cuarto para evitar estos controles y sus sobornos, pero esto significaba el riesgo tremendo de exponerse en territorio indígena. Además la guardia los perseguía, y al detenerlos les confiscaban la mercadería y los llevaban presos a Córdoba, dado que controlaban el camino y una amplia región. En este caso la guardia resultaba más efectiva para “atrapar carreros” que para protegerlos de los indios. Ocurría que era mucho el dinero que se manejaba. Además el carrero debía traer dinero contante y sonante para pagar el impuesto y sobornar a los guardias.
Fue don Hermenegildo Quiroga, un tropero cansado de los maltratos y los sobornos exigidos por la guardia de Río Cuarto, quien con su tropa de carretas y doscientas mulas desvió el camino para eludir el fuerte de Río Cuarto, y fue muerto por los indios junto a sus peones. No fue el único y lamentable caso.
En definitiva, la autoridad no obraba con decencia ni con justicia, todo se movía al compás de lo que se podía “recaudar”. Pasar casi siempre significaba pagar no solamente el impuesto, sino también la coima, y dejar varias botijas de licor que se repartían los hombres del fuerte.
Otro de los graves problemas de los carreros era poder manejar su personal en esa larga trayectoria. Muchos de los hombres se hastiaban de tan duro trabajo y trataban de robar bebida, por lo que tomaban una botija ya abierta por la guardia de control y sacaban parte del contenido para luego llenarlo con agua.
Y si en la carreta no había botijas abiertas por la guardia del fuerte, algún arriero enviciado y hábil, con un hueso de animal muy bien preparado, afilado para usarlo a manera de broca, agujereaba el centro del tapón, y luego con un canuto de planta silvestre improvisaba una bombilla para extraer aguardiente. Al final cerraban el agujero con una especie de pasta que elaboraban humedeciendo guano seco de lechuza y ceniza.
De este modo a simple vista no se notaba que la tapa había sido perforada, pero cuando, al final del recorrido, quien recibía la mercadería controlaba cada tapa con una alesna, en seguida lo detectaba y la rechazaba por adulterada. El carrero patrón advertía las situaciones de robo cuando veía arrieros con conducta de ebriedad, lo que no dejaba de ser un grave problema por las pérdidas y conflictos que ocasionaba estas situaciones.
Transitar aquellos viejos caminos de carretas fue toda una gran epopeya llena de sacrificios y con un alto riesgo de pérdida de vidas humanas. La importancia alcanzada por la carreta y el tropero fue fundamental; es lo que permitió desarrollar la economía de la colonia y el progreso de las regiones. Era imposible pensar en otro medio de transporte que no fuesen las tropas de carretas cruzando el desierto y los arreos de mulas cargadas con mercadería.
Río Cuarto jugó un papel fundamental en ese tráfico y en el camino porque fue el lugar donde se asentó el centro de control de una mercadería tan específica y codiciada.
Enterado el Virrey del Perú de las anomalías de los controles sobre el Río Cuarto, los problemas de este viejo fuerte fueron superados y en el año 1745 es creado un nuevo registro aduanero en “San José”, al frente del pueblo de San Bernardo. Ahí funcionó la oficina de control de impuesto de sisa a la yerba del Paraguay y a otras mercaderías, pero en este caso brilló por el eficiente desempeño bajo el control del Maestre de Campo don Vicente Funes, el abuelo del Deán Gregorio Funes, quien tanto se destacaría años después en tiempos de la declaración de la Independencia. Vicente Funes se desempeñó a cargo de dicha oficina hasta su muerte, y sus restos mortales quedaron sepultados en el cementerio de San Bernardo.
Walter Bonetto
6 de noviembre de 2014
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