miércoles, 30 de enero de 2013

El Cuento de los Ángeles

Dicen que Dios posee ejércitos de ángeles. Es muy posible que existan ángeles que le dan trabajo a Dios porque sabido es, según los relatos bíblicos, que los hay buenos y malos.

Los ángeles son seres inmateriales. Cuando lo desean, tienen la capacidad de observar nuestros movimientos, nuestra conducta, sin que los percibamos, como también la de presentarse en aparente cuerpo y alma, con dimensiones físicas definidas y con formas concretas, ante determinadas personas y momentos. Pueden leer nuestros pensamientos y nuestro pasado.

Cada persona tiene, según varias religiones, su propio ángel o “Ángel de la Guarda”, para los católicos, éste, obra como guía y protección de sus actos.

Dentro del numeroso grupo de ángeles de Dios, había dos a los que no les gustaban mucho sus labores. Vagaban por el Reino del Señor constantemente, buscando entretenerse en la bóveda celestial. Un día, mientras disfrutaban planeando con sus alas extendidas por el espacio infinito, contemplando la maravilla del universo, luego de recorrer distancias siderales en pocos instantes, decidieron quedarse en la Tierra para observar el puente de la vida.

Estos dos ángeles que deciden visitarnos son remolones, pero les encanta la contemplación. El mayor, de nombre Trione, que significa “vencedor de las tinieblas”, tiene 23.878 años de vida angelical. Lleva siempre una poderosa espada de plata; es muy bonachón y lleno de ternura, cualquier motivo de injusticia lo conmueve y dice que siempre lucha por la verdad y la justicia. Es seguro de sus actos y siempre tiene buenas intenciones, pero es muy ansioso y desordenado, lo que le trae constantes contratiempos.

El menor, llamado Anoca, que significa “clamor de luces”, tiene 19.500 años. De larga barba, solamente un amuleto en su cuello. Es de mal carácter, también ansioso y de poca paciencia, pero siempre le gusta ayudar al prójimo y combatir el mal, por lo tanto es un celoso justiciero celestial. Si bien los caracteres de estos dos ángeles no son similares, coinciden en muchas cosas, y se complementan bien a pesar de sus discrepancias y enfados que por momentos suelen tener entre ellos.

– ¡Mirá la atmósfera de los humanos!

– ¡Sí que la veo! Está muy turbia! -respondió Anoca.

– Con las guerras y las matanzas que hay en ese lugar yo creo que esa atmósfera está en finales. Estoy viendo cómo incendian los bosques y talan las selvas. ¿Por qué lo harán? ¡Qué irresponsables son!

– ¿No se darán cuenta de lo que hacen con su planeta?... ¡cómo ensucian y contaminan!

– ¡Da mucha lastima ver este mundo. ¿Sientes cómo huele mal?

– ¡Sí! Es muy peligrosa La Tierra, su estado es lamentable.

– Bueno, Trione. ¿Por qué no vamos a visitar a los humanos?

– ¡¡Nooo!! No deseo ir a la Tierra; con lo que estoy viendo encontraremos dificultades, no me gustará ese lugar.

– No debe ser para tanto, es posible que tenga su encanto. ¡Vamos, acompáñame! ¡Yo sí deseo ir!

Al final los dos ángeles se pusieron de acuerdo y descendieron.

– Quedémonos aquí a contemplar.

– De acuerdo, miremos cómo cruzan el puente de la vida.

Los dos ángeles se sentaron como entusiasmados sobre la gran baranda del puente.

– Anoca, ¿te vas a quedar mucho tiempo?

– ¡No! Mucho no, porque puedo decepcionarme. Aunque debe ser interesante contemplarlo. Me voy a quedar un ratito, diez años.

– Mirá, Trione, cuántos ladrones, cuántos sinvergüenzas.

– Bueno. Sé más optimista. No mires todo lo malo, debes tener en cuenta que también hay gente honesta y trabajadora. Observa cómo construyen sus casas y siembran la tierra.

– Mirá aquella viejita. Pobre, está tan enferma y sola y nadie se preocupa por ella. Le voy a preguntar cómo se llama y ayudarla, me da mucha tristeza ver estas cosas, además ya está a punto de caer al precipicio.

– Hola, abuelita. ¿Cómo se llama usted? -preguntó Trione.

– Me llamo Anacleta,

– ¿Cómo te sentís, abuela?

– Mal, ¡me quiero morir!, no vale la pena vivir así. Tengo dolores muy intensos y casi no puedo caminar ni moverme.

– Pero abuela, no vale la pena querer morirse, ni llamar a la muerte. La muerte viene sola, cuando menos la esperes. Trata de vivir cada instante con plenitud.

La viejita se sorprendió, pero al encontrar las miradas tiernas de los ángeles calmó su inquietud y se fue tranquilizando.

– ¿Quiénes son ustedes y de dónde vienen? – preguntó la abatida mujer.

– No te preocupes, abuela, somos tus amigos y en algo te ayudaremos.

– Ah, bueno... ¿por qué no me ayudan a terminar mi vida? Quiero morirme. – insistió la mujer.

– ¡Noooo, abuela! , eso no lo hacemos. Nunca lo hemos practicado, porque la vida no es nuestra y nosotros no disponemos de ella, solamente la tratamos de guardar.

Anoca tomó una copa con agua y luego de introducir en la misma por unos instantes su amuleto, se la ofreció a la abuela para que bebiera. Tomó un sorbo la anciana, después de un momento los ojitos se le empezaron a iluminar, siguió tomando y su rostro fue cambiando de tal manera que hasta sus arrugas se difuminaban.

– Aaaay, ¡qué bien me siento!, ya no me duele la cabeza ni estoy mareada. ¿Qué me dieron de tomar?

– Es sólo un poco de fortaleza, abuela.

– Fortaleza -dijo la mujer y se quedó pensando:

– Sí, fortaleza abuela para que superes el momento

– Fortaleza, fortaleza... ningún médico me dio esa medicina… tampoco entiendo lo de superar el momento.

La anciana en la medida que cada vez miraba con mayor sorpresa a sus singulares visitantes, con una absoluta serenidad y paz se fue aliviando de sus dolores y quedando dormida luego de una larga, muy larga fatiga de la vida.

– Mirá, Anoca, que a la anciana no la podemos dejar en estas condiciones.

– Bueno, no te preocupés Trione, la vamos a seguir ayudando hasta que logremos algunos resultados. Yo ahora le di millones de vitaminas que le darán vitalidad a su cuerpo, además quedó bien hidratada. Dejala que descanse, luego seguiremos viendo lo que sucede.

Anacleta durmió con un placer inexplicable, su mente descansó en plenitud, sus dolores se fueron, se sentía como si estuviera flotando entre esponjosas nubes sostenidas por los ángeles. Mientras la anciana dormía y disfrutaba de sus sueños, los ángeles observaban desde el puente, la vida en la Tierra, y hablaban.

– La verdad, Anoca, que no me gusta nada estar sobre este puente, desde aquí se ven más horrores que alegrías.

– Sí, tenés razón Trione. Yo también quisiera poder ayudar a todos los que desde aquí veo sufrir, pero no puedo, es casi imposible. En este puente de la vida que transitan los humanos se ven muchos dolores y penurias.

– Se precisaría un poderoso ejército de ángeles para salvarlos.

– Qué bárbaros que son. Estos no piensan en el más allá. No piensan con sensatez, se van condenando en vida la mayoría de ellos, mirá cómo van cayendo al precipicio de la muerte.

– ¿No se darán cuenta como condenan sus almas?

– Me parece que no saben cruzar el puente. Pelean entre ellos por los territorios, por los mares, pelean por el petróleo. Además son tremendamente agresivos y belicosos y constantemente van contaminando sus fuentes naturales y van extinguiendo despreocupadamente muchas especies de vida vegetal y animal.

– Desarrollaron una asombrosa cantidad tecnologías, pero no pueden desarrollar la convivencia en paz.

– ¿Y entonces?

– Entonces llevan constantemente al planeta al abismo de la extinción. Gran parte no podrá cruzar el puente.

– Bueno, pero mirá que todos lo intentan cruzar.

Habían pasado como veinte horas. Anacleta despertó con una alegría espectacular; cuando abrió los ojos vió a su lado a dos ángeles.

– Hola, abuela, ¿estás mejor? -preguntó Anoca.

– Sí, estoy de maravillas. Descansé con tanta profundidad que siento tener treinta años menos sobre mis huesos.

– Bueno, abuela, eso es saludable y alentador.

– Miren ustedes que yo ahora no siento ni hambre ni sed, además lo maravilloso es que no me duele nada y me siento alegre.

– ¿Alegre? – preguntó Trione casi distraídamente.

– Sí, alegre. ¿Por qué: no puedo estar alegre?

– Claro que puedes, abuela, la vida ha de ser alegría.

– Aaaay, angelito, ¡qué ingenuo que sos! Para mí la vida fue al revés, fue toda tristeza y angustia.

– ¿Nunca estuviste alegre, abuela?

– Muy pocas veces. Cuando era niña, después todo pasó. Mi niñez se fue, mi madre murió, mi padre también, y yo me quedé sola. Me casé joven, perdí a mi marido por una guerra y mis hijos... no puedo esperar nada de ellos. Toda la vida pensaron a contramano de mi sentir. Es que de mayores solamente me dieron disgustos y tristezas; vivieron peleándome hasta sacarme lo poco que tenía, después se pelearon entre ellos y así es como vivo, como una condenada y una eterna abandonada. Será así hasta el día final, sin esperanzas ni ilusiones. Me siento fracasada, totalmente fracasada, y esto es doloroso, duele en el corazón; pero bueno, tuve un dulce momento en este descanso, además soñé con cosas hermosas como nunca antes había soñado.

– ¿Con qué soñaste, abuela?

– Soñé que yo volaba entre nubes inmaculadamente blancas y tibias, mientras una agradable, cálida y perfumada brisa me acariciaba con tanta dulzura que me llenaba de encanto y me conmovía la maravilla esplendorosa del paseo. Era un mundo distinto, nunca visto antes. Nunca sentí nada igual. Podía transportarme como lo deseara y si más volaba en ese espacio maravilloso, más cosas bellas encontraba, como millones de flores multicolores que tapizaban senderos y valles encantados, todos recubiertos de cristalinos colores en donde sentía una paz interior y en un momento exclamé llena de asombro y placer: ¡¡Esto es la vida!! Pero al final decidí descender para observar qué más había debajo de esas nubes. Encontré una realidad distinta, un mar con grandes de tempestades con olas muy altas y por arriba de ese mar un largo, muy largo puente, que constantemente se sacudía. Todos los hombres lo iban cruzando, algunos llegaban, los menos, otros miles y miles caían a ese océano embravecido, era horrible. Me llamó mucho la atención que la gente no se desesperara por salvarse y no caer al precipicio; muchos de ellos estaban como entregados para seguir el camino del mal a cualquier precio y no recapacitaban. La desesperación aparecía cuando se veían en el precipicio, pero ya era tarde, mientras los que pasaban al final del puente, encontraban un sendero lleno de alegría que los terminaba transportando al mundo de la paz. Bueno… pero fue sólo sueño. Un sueño tan real, como jamás antes me había pasado.

Cuando terminó de hablar, la anciana miró a los ángeles y les preguntó:

– ¿De dónde vienen ustedes?

– Venimos de un espacio que tú no comprendes y de un tiempo que tú no conoces. Pero no te preocupes por nuestros orígenes, además nada malo te haremos, solamente queremos escucharte y conocerte, y si podemos, nos gustaría ayudarte.

Los ángeles se miraron como resignados, desplegaron con elegancia y lentitud sus alas y volaron hacia la parte más alta de la baranda del puente. La abuela se quedó en silencio y en paz, no entendía nada y pensó que seguía soñando. Eso la tranquilizó, sintió que en un sueño había encontrado a dos ángeles buenos que le aliviaron sus dolores por unos momentos.

– ¿Viste, Trione? El gran dolor que tiene la pobre abuela es la relación quebrada con sus hijos.

– Lo que ocurre, Anoca, es que los hijos muchas veces son ingratos, no siempre comprenden ni quieren comprender a los padres. El hijo muchas veces es soberbio, arrogante, poco comprensivo y todo eso causa dolor.

– Ahora de todos modos la abuela con sus sufrimientos y sus penas va cruzando sin dificultad el puente de la vida, mientras que sus hijos se están cayendo al precipicio de la muerte y se están condenando.

– Qué raro que los hijos no escuchen a los padres. ¿Será por tozudez?

– Realmente no lo sé, creo que los hijos muchas veces obran mal, muy mal, y de esta forma van destruyendo su futuro en lugar de construirlo.

– ¡Qué niebla espesa que hay hoy! El puente está lleno de bruma, mirá las grandes olas del mar qué amenazantes están y los carniceros tiburones con sus bocazas abiertas, prestas a tragar una enorme presa.

– Impresionan. Y aquí las olas tienen mucha comida.

– Sí, Trione, cae mucha gente condenada al mar que no alcanza a cruzar el puente. Mirá cuántas personas se ahogan detrás de aquellas olas a tu derecha. Vamos a rescatar algunas.

Volviéndose visibles, aletearon y se detuvieron sobre las crestas del mar. Cientos de personas agonizantes cuando vieron a los dos ángeles imploraron ser salvadas. Anoca tomó por la espalda a un muchacho joven que aún vivía y lo llevó a la baranda del puente, mientras Trione tomó a una mujer mayor y a un hombre.

– Es todo lo que podemos hacer Trione, más no podemos salvar.

Los ángeles trasladaron los moribundos a un parque rodeado de árboles al costado del puente y les presionaron el vientre para reanimarlos. Lentamente la palidez de sus rostros cadavéricos se fue modificando, pero sus cuerpos casi desposeídos de ropas temblaban de frío y olían mal. Trione comenzó a soplarlos para inyectarles calor y con su espada de plata los tocaba en la espalda para reanimarlos.

Anoca le preguntó al joven por qué estaba al borde de la muerte.

– Estaba robando y me dieron un tiro. Ahora estoy acá escondido para que no me atrapen pero ya no doy más.

– ¿Por qué te hiciste delincuente?

– No lo sé, pero odio al mundo.

Había perdido mucha sangre. Poco podían hacer los ángeles.

– ¿Por qué no vas a un hospital?

– ¡Noooo! Terminaría en la cárcel y yo vengo de la cárcel, por robo y violación. Y en la cárcel me violaron y maltrataron sin piedad con el consentimiento de los carceleros. Así es que prefiero morir antes de volver a la cárcel.

– ¿Y a qué se debe tanta delincuencia en vos?

– No sé, pero odio a la sociedad. Yo nací en la villa, mi casa era de chapas oxidadas y cartón, pasaba la lluvia y el frío; a mi madre la violaron, después vivía con un borracho, le pegaban casi siempre. Yo no comía porque casi nunca había que comer; mis hermanos menores lloraban todo el día de hambre y de frío, se enfermaban y algunos murieron. Vivíamos en la miseria, en la más absoluta y cruel miseria; cuando salía de la villa miraba como el mundo pasaba rápido delante de mis narices; tan ligero y con tanto lujo. Veía automóviles y me preguntaba: ¿Cómo será andar en auto?, y también me respondía: cuando sea grande robaré uno. Ya mi mente estaba estructurada para la delincuencia. Pasaba por las calles del centro de la ciudad y miraba las vidrieras de las jugueterías, tentado por lo que veía me sabía detener en algunas de ellas, apoyaba con fuerza la nariz hasta aplastarla en contra del vidrio junto a mis sucias manos de niño de la calle, pero la vidriera no cedía y no podía tocar a ninguno; yo me moría de ganas de tener un juguete y como no lo alcanzaba me tenía que conformar con que no eran para mí. Yo era pobre y desmerecido, de todos modos mis ojos se abrían todo lo que podían frente del cristal para contemplar tanta hermosura ¿Sabés qué triste era eso? Siempre se me cruzaba en mi cabeza romper el vidrio para sacar lo que deseaba. Lo mismo me ocurría si quería una manzana, la tenía que robar. ¿Vos te creés que a mí me gustaba robar? Al principio no me gustaba, bueno, pero después me fui acostumbrando, no había otra.

Cuando tenía hambre, hacía como con los juguetes, miraba por los vidrios de los comedores veía como comían buenas comidas y entonces me preguntaba ¿Por qué yo no?, pero no lo entendía. Recuerdo que en una oportunidad cuando hacía eso, mi contemplación terminó abruptamente porque desde el interior del local me empezó a gritar una mujer gorda con cara de toro furioso de que me fuera y que no le ensuciara el vidrio; entonces me iba y cuando llegaba a otro restaurante, me animaba y entraba a pedir por las mesas, pero siempre me terminaban echando, porque molestaba a sus clientes y los dueños nada me daban; después tiraban a la basura la comida y ahí encontrabas pedazos de milanesa, carne asada, pollo, panes, lechuga, puré, tomates. Muchas veces junto a otros niños revolvíamos entre las moscas y las ratas. ¡Y guarda, que no nos vieran!, que también nos corrían igual que a los perros ¿Eso es la sociedad? … la odio. Siempre me sentí discriminado, rechazado, excluído, y cuando uno se siente así, convertirse en delincuente es la meta mas probable, porque en definitiva es la única manera de vengar tanto dolor y tanta injusticia provocada por una sociedad insensible y perversa. Por eso me puse a robar, y así fue como me detuvieron en más de diez oportunidades, la policía me aporreaba, después un juez me hacía encerrar en un reformatorio para menores, pero cuando me soltaban yo seguía robando: no sabía hacer otra cosa, tampoco quería. Así que luego de salir en libertad cometí varios asaltos sin que me detuvieran, pero cuando entre a robar en una droguería apareció un policía detrás de un mostrador y cuando gritó arriba las manos yo no tuve dudas y le disparé, con tan mala suerte que le pegué en el hombro y no lo pude matar. El me dio un tiro en la panza, me sentí herido, con gran desesperación pude correr y corrí mucho, hasta que pude esconderme en una obra en construcción debajo de unas chapas y escombros. Transcurrieron varias horas, quienes me buscaban pasaron a centímetros de mi escondite pero no me descubrieron. Había perdido mucha sangre, me sentía desfallecer y al tratar de salir me encontraron; traté de levantar el arma para matar al policía pero una bota patió mi mano; me sentí perdido, sabía que era mi final, por mi cabeza paso un interrogante: ¿Para qué vine al mundo?...no valió la pena, mi vida estuvo llena de odio y desprecio, mi vida fue realmente una injusticia. Qué se yo… ¿y vos, qué haces acá? …Dejáme, no me recuperés, yo quiero volver a la muerte, no me des vida.

El ángel se dio por vencido y soltó al joven.

– ¿Por qué lo soltaste, Anoca? -preguntó preocupado Trione.

– Ya eligió y no quiere cambiar. No podrá cruzar nunca el puente de la vida.

– Pero a esa alma la condenó el mundo, la condenaron los hombres, no se condenó sola. Se observa claramente cómo muchos hombres no piensan en el prójimo, no piensan en el más allá. Piensan solamente en vivir el presente; en vivir su vida y muchos de ellos siempre expresan que la quieren vivir bien, “disfrutar” a cualquier precio; aunque de esta forma condenen su dignidad honestidad y honor, sin importarles o sin querer entender que en muchos casos condenan su futuro. Es que la vida no se puede vivir bien a cualquier precio. No les importa demasiado de las generaciones que vienen detrás y esto en gran parte genera muchos delincuentes, genera muchas abuelas que quieren morir cansadas de una vida llena de injusticia y falta de piedad.

– Mirá, Trione, la crueldad del hombre me asusta, me causa escozor.

Siguieron comentando los ángeles en prolongada tertulia lo que les pasaba a los hombres en la Tierra. Se asombraban de sus miserias y de la poca preparación que tenían para la vida. Seguían observando el pasaje de la humanidad hacia su destino.

– ¿Qué te pasa Trione, por qué estás tan triste ahora?

– Es que me quedé pensando en la abuela y en el joven delincuente.

– No te debés preocupar demasiado. La abuela ya tenía el dolor de sus años, los surcos de la vida y las penas por la falta de cariño de sus hijos, mientras que el delincuente fue un ser en desgracia, este mundo no le dio oportunidades para ser mejor.

– ¿Vos rescatás algo de la abuela?

– Por supuesto Anoca, rescato mucho de los dos seres. La abuela me dejó una lección de entrega y resignación ante tanto abandono y tanta frialdad de sus seres queridos; mientras que el joven delincuente, me dio una horrible lección de perseverancia en el mal y de desprecio a la vida. Queda en mí la impresión de cómo un hombre resentido es capaz de odiar a sus semejantes, sin importarle la vida propia. Pero esto ocurre porque la sociedad los hace un lado, los desprecia, margina, así los va condenando y termina formando una multitud de hombres enemigos de hombres y de la vida. Llegás a la conclusión de que así en gran parte se manejó y se maneja el mundo, que es un mundo de terribles diferencias entre los seres humanos y esto es en gran medida perverso.


Fragmento de la novela "EL PUENTE" de Walter Bonetto
publicada por Fojas Cero editora en enero de 2009 



Walter Bonetto
walterbonettoescritor@gmail.com
Twitter: @walterbonetto


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