Siempre una república debe estar cimentada sobre su verdad histórica, no aceptar esta realidad es atentar contra su constitución. En el devenir histórico de nuestra patria en las últimas cinco décadas del siglo pasado, sucedieron episodios vergonzosos que comprometen estos principios y no se los desean recordar porque condenan el pensamiento de muchas ideas políticas que atentaron en otros tiempos contra la nación.
El eje principal de este problema es que fuimos una república golpista. El epicentro de los “golpes” se ubica con el derrocamiento del Presidente Irigoyen en septiembre de 1930; sentando “aquel grupo de revolucionarios” en el sillón de Rivadavia al primer general que usurpó el poder apoyado por innumerables grupos de ciudadanos, estudiantes, intelectuales, empresarios e instituciones de la nación. Fue aquel golpe y lo sigue siendo una de las grandes vergüenzas de nuestra historia; en aquel momento gran parte de la sociedad argentina se confabuló para pisotear la constitución nacional y quebrar sus instituciones, dejando herida de muerte a la república.
Por casi medio siglo de vida nacional, “copiando el modelo original”, se sucedieron los golpes de estado, hasta llegar al último de ellos el 24 de marzo de 1976 en que fue destituida la presidenta María Estela Martínez de Perón. El país fue tomado por una junta militar con la participación de las tres fuerzas armadas, quienes estuvieron en el poder hasta 1983 dejando resultados desastrosos para la nación.
Fue la época del “Proceso de Reorganización Nacional”, al que muchos argentinos aplaudieron en silencio dado que “el silencio era salud”, donde el país se endeudó, pasando de siete mil millones a cuarenta y tres mil millones de dólares, -para esos años una deuda escandalosa e inexplicable-. El grave problema del terrorismo de estado; de los desaparecidos; la injusta acción de levantar siete mil kilómetros de vías férreas; la disolución de las Industria Mecánicas del Estado (IME) que fabricaba ocho mil vehículos rastrojeros por año y ocupaba tres mil empleado en forma directa; la guerra con Inglaterra por Malvinas, son algunos de los puntos nefastos de aquel “proceso” que la historia condena y debemos tener memoria y exigir justicia para que esto no se repita. Especialmente y lo que más duele es la persecución y desaparición de personas, dado que se cometieron crímenes de lesa humanidad. También debemos tener memoria que en su inicio este letal proceso fue apoyado por millones de argentinos. Intelectuales de gran reconocimiento almorzaban con el general presidente en la misma casa de gobierno y declaraban públicamente las bondades de la junta militar.
Pero ante este panorama nefasto, también de la misma manera debemos tener memoria de otros episodios tristes que ocurrieron en el país en la década del sesenta en adelante y pusieron en vilo a toda la sociedad argentina sembrando caos y terror; los grupos extremistas que desplegaron acciones terroristas y no dudaron en matar, torturar, y privar injustamente de libertad a centenares de personas. Hay más setecientas muertes registradas a causa del accionar terrorista en nuestra nación. También esas víctimas que incluyen hasta niños, merecen memoria y justicia y el pueblo argentino no debe olvidar lo que se desea “desconocer” desde el plano político.
Nuestra memoria y justicia no debe ser parcial, debe ser equilibrada con la verdad y no se le debe mentir al pueblo, especialmente a las nuevas generaciones, quienes creen que los únicos malos fueron los militares y no se menciona que los grupos terroristas también existieron y mataron. Esto de ninguna manera justifica el escandaloso terrorismo de estado, pero tampoco justifica que se sostengan las verdades a medias. Seguramente que obrar de esta forma es hacer trampa con la memoria y atenta contra la verdad y la justicia que tanto se pregona pero no se la respeta.
Walter Bonetto
30 de marzo de 2014
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