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lunes, 28 de enero de 2013

Entregando provisiones (Año 1859)

Aquellos  eran tiempos en que la amenaza del malón había menguado, por lo tanto se podía transitar los caminos con un poco más de libertad. Existía una precaria paz entre indios y cristianos, desde 1849 no hubo ataques en La Concepción y esto era halagüeño; por supuesto que tenía un precio, y era así como a cambio de “esta paz transitoria” mucho eran los indios que llegaban a la Villa y exigían infinidad de “regalos”, por lo tanto se les entregaba carne, pan, yerba , azúcar, aguardiente, camisas , botas, mantas, calzoncillos, chiripá, tabaco, cuchillos , harina, maíz y tantas cosas más que las autoridades y comunidad debían ofrecer para vivir con tranquilidad, pero lo que ocurría que, cada vez estos pedían más y más, no siempre era fácil confórmalos y se ponían medio insoportables.







– ¡Comandante! ser poco lo que  dando, no alcanzar a pobres indios.

¡No es poco!, el cristiano trabaja mucho para darte esto, es un cargamento grande que te  llevás.

– Ustedes tener mucho, mucho… indios pobres, no tener nada, cristiano sobrar de todo. Es muy poco, lo llevando no alcanzar.

El Comandante, sabía de sobremanera que los indios lo extorsionaban y no les gustaba trabajar, se especializaban en pedir, al final, miró a su ayudante y le ordenó:

– Damián, quiero que llevés a estos indios campo ajuera, sacalos a dos leguas, que se lleven todo y dale diez yeguas más, pero que desaparezcan; ya hace tres días que están molestando a la gente, me cansaron.

– Tener que dar corderos también Comandante y no llevando. –interrumpió el indio.

– Está bien, dale tres corderos. –dijo irritado el comandante.

– ¡Tres corderos ser poco, no alcanzar!, dar más, dar más a indio pobre.

El Comandante ya no lo soportaba, era cansador y pegajoso el salvaje, quería que se fuera, miró nuevamente  a su ayudante.

– ¡Me entendiste Damián!

– Sí  mi comandante. Lo entendí.

– ¡Comandante! Dar un poco más para llevar. Respetar tratado, y dar al indio lo que pide.

– ¡No te doy más nada!, ya te di mucho. Desaparecé del pueblo, me tenés cansado Cuipán. ¡Aprende a trabajar carajo!, y dejá de vivir de jeta, así no vas a pasar hambre y tu pueblo va a comer. – dijo a los gritos ya muy enojado y con furia el comandante.

Por fin agachó la cabeza el indio, llamó a sus compañeros que esperaban durmiendo montado en sus pingos, tomaron los caballos y mulas con la carga sumaron las ovejas y las yeguas y partieron escoltado por el Teniente Damián Ávalos y diez soldados. Al principio la columna salió al tranco y en silencio pero ya en la huella del camino Cuipán interrumpió.

– ¡Damianu!, –le decía el indio por Damián–  tu comandante ser  cristiano trompa. No ser bueno con  indios, indios no tener nada y comandante dar  poco. Yanquetrúz cuando vea lo nada que dio  no gustar y va hacerle guerra.

Mientras el indio rezongaba a más no poder, el Teniente Ávalos trataba de conformarlo

– Bueno Cuipán, el Comandante no es malo, lo que ocurre que no puede, los soldados también tener hambre. Ahora  te vamos a acompañar hacia el camino. Mirá que es mucho lo que llevás y te vamos a dar más.

– Damianu ser cristianu bueno y toro, pero indio no gustar tu comandante, ser trompa… no gustar.       Tampoco hacer falta que Damianu acompañe. Cuipán conocer el camino porque toda esta ser tierra de indio que el cristiano robó. –nada respondió el Teniente y seguía silenciosamente con sus hombres la columna hacia la inmensidad del sur. Habían hecho dos leguas desde que salieron de la Concepción.

– ¡Damianu!, vos que ser soldado toro, dejar llevar vacas de camino para pobres indios.

– No Cuipán, aquellas vacas no son nuestras, tienen dueño.

– Damianu, por qué no dar un poco más a indio, así no enojarse Yanquetrúz

– ¡No Cuipán! No puedo dar lo que no es mío.

– Bueno darme sable de recuerdo entonces.

– ¡Noooo!, no te doy nada, seguí tu camino. –sentenció ahora enojado el teniente.

Ya el indio no habló más, siguieron con su cargamento por la pampa hacia la inmensidad de aquel territorio pero con una desconformidad total por lo poco que según ellos llevaban, aunque lo que llevaban no era poco. Los soldados pararon y los indios enojados no dieron señal de despedida, era como si las relaciones se tensaran casi al punto de quebrarse.

– A estos indios hay que matarlos a todos. –dijo con severidad un soldado de la partida mientras miraba con desprecio la caravana que se alejaba.

Clavó la vista el teniente sobre su soldado mientras  sujetaba con fuerza las riendas del alazán y le respondió:

– El indio nació con el mismo derecho de vida que el que vos tenés.

– Sí, pero yo no soy salvaje mi Teniente.

– Nosotros muchas veces somos más salvajes que los indios.

– No lo entiendo.

– Bueno observá con más atención  las cosas que ocurren.

– Está bien  mi Teniente… usted entonces está a favor de estos salvajes.

– ¡No carajo! Ya te he observado varias veces Tribiño,  vos sacás conclusiones rápidas y te vas de jeta sin causa, hablás demás y siempre cometés el mismo error.  No me pongas en mi boca las cosas que yo no dije, pensá antes de soltar tu lengua. Yo lo que le digo siempre a mis soldados, es que hay que saber respetar al enemigo. Yo no estoy a favor de sus tropelías pero tampoco estoy a favor de exterminarlos ni de matarlos como me acabás de decir vos soldado, ni creo que los blancos seamos superior a ellos. No es cuestión de matar hay que respetar la vida de los demás.

– ¿Y por qué ellos nos matan?

– Es difícil responderte… dejémoslo ahí nomás… estás con una idea fija, pero lo que te digo con algo de sabiduría en esto, es que hay que saber defenderse como hay que saber respetar la vida de los enemigos.

Así se vivía en aquel tironeo de un tome y traiga por la nueva forma de vida que imponía el hombre blanco. La paz y la guerra se mezclaban constantemente con los sueños y las esperanzas. El indio decía que era pobre por eso pedía y cuando no, robaba; el blanco, sostenía que el indio era salvaje y vago y atentaba  contra la civilización, por eso había que excluirlo de ésta a cualquier precio en lugar de buscar caminos para incorporarlo a una vida más decente. Queda la sensación de que el blanco era omnipotente, clasista, absoluto y prejuicioso, no se quería conmover por el indio, solamente lo quería desplazar o esclavizar, como lo venía haciendo desde la misma conquista, de manera arrogante y despiadada.

Episodio de las pampas argentinas - Capítulo de la novela "NARCISA" de Walter Bonetto

Por Walter Bonetto
walterbonettoescritor@gmail.com
Twitter: @walterbonetto
Página de Facebook de Walter Bonetto

miércoles, 19 de julio de 2006

Las Campañas del Desierto


    Dar una mirada a las décadas del 70 al 80 del siglo XIX en los legados de nuestra vida nacional, sería como repasar una historia un tanto comprometida en que aparece una realidad de matices difusos y contrastantes. Por un lado se visualiza un país en que el Presidente Avellaneda trabajaba con ahínco para lograr una importante inmigración, apertura económica y educación, dando continuidad de este modo lo iniciado por Sarmiento; mientras que por otro lado se planificaba con meticulosos detalles la “solución final” del problema aborigen ayornada con el rimbombante nombre de “campaña o conquista al desierto”. Ahora bien, debemos entender que el desierto no era tan desierto porque en gran medida ya había sido conquistado por diversas tribus nómadas y algunas sedentarias que lo poblaban y eran ellos los verdaderos dueños de esas tierras e inmensidades, dueños estos que se vieron arrebatados de sus derechos en nombre de lo que ahora se llamaba “conquista y civilización” en donde también debemos ser sensatos y entender que la conquista fue un atropello cruel y despiadado, mientras que la civilización para aquellos pueblos aborígenes fue en gran medida engaño y mentira que aún perdura en nuestros días y a pesar de más de 130 años transcurridos, es una herida que además de perdurar, duele y lastima.

   Quizás como lado positivo podemos decir que las barbaries de las invasiones indias en contra de las poblaciones y colonias se acabaron luego de estas campañas, pero de ningún modo justifican las mismas la crueldad y el exterminio de gran parte de aquellos pueblos. Extender las líneas de fronteras de manera violenta no era otra cosa que arrebatarles territorios a los aborígenes, como también fue en gran medida un excelente negociado económico para muchos “visionarios de la época”, en donde no faltaron quienes amasaron fortunas y lograron posiciones a expensa de echar al indio.

    Si bien los pueblos aborígenes fueron perseguidos, diezmados y masacrados, al final de estas campañas muchos se beneficiaron, por lo tanto esas “campañas conquistadoras del desierto” iban avanzando rumbo al sur del continente americano. Así lo mencionaba el General Roca en un parte al mismo Presidente de la Nación en junio el año 1879 “Puedo anunciar a V.E. que se acaba de dar cumplimiento a la ley que disponía el establecimiento de las líneas de fronteras en las márgenes de los ríos Negro y Neuquén, ya los pocos indios que quedan en la pampa son acosados por todas partes por nuestras tropas…” Imaginarse el “acosamiento” al que se refiere el General Roca y se lo manifiesta al mismo Presidente de la Nación, hablaba por si solo de una campaña despiadada y cruel de exterminio casi sin límites ni reglas por parte del estado en contra de las comunidades aborígenes y se debe  suponer que no faltaban los constantes hechos de crueldad sin límites. Dentro de esas crueldades, además de matanzas indiscriminadas, era en muchos casos las de ataques a tolderías indefensas cuando los varones adultos estaban alejados de las mismas, pero en general se debe considerar que la familia india era diezmada de cualquier forma y método para logra el exterminio: Las mujeres ancianas muertas a igual que los indios viejos; las mayores hechas prisioneras; las más jóvenes eran sistemáticamente violadas y se las forzaba a prostituirse; los niños terminaban separados de sus madres y quedaban abandonados o asesinados y tantas calamidades más, mientras que a los indios adultos se los convertía en esclavos y se los deportaba a otros sitios del país. Cuando se investiga con cierta profundidad este tema no se entiende la crueldad del hombre, y lo más grave es que en este caso no fue el conquistador español con el cual siempre nos lavamos la boca de todo lo que abusó del indio, aquí fue el mismo argentino que cometió semejante atropello y lo realizó incitado por el mismo estado.

    Dentro de estas calamidades y aberraciones la iglesia también estuvo presente con sus misioneros y evangelizadores sin darse cuenta que les hubiera cabido una evangelización profunda a los conquistadores del desierto más que a los mismos aborígenes. De todos modos en estas quizás mal llamada “campañas” o “conquistas”, hubo innumerables muestras de valor en destacados sacerdotes y congregaciones de religiosos como los salesianos, quienes en la segunda campaña se oponían con gran decisión y energía, muchas veces poniendo su propia vida de por medio para defender al aborigen ante las crueldades de los soldados, el asesinato, y el desmembramiento de la familia india; por lo que en muchos caso obraban como moderadores del mismo ejército impidiendo estas maldades y atropellos despiadados.

    Sin lugar a duda también que, más allá de esos lamentables  excesos, aquella conquista del desierto tuvo aristas positivas -como la ya mencionada- en relación a la amenaza constante de invasiones indígenas sobre poblaciones argentinas; también fue positivo avanzar sobre la consolidación de nuestra soberanía en territorios pocos poblados en el sur argentino donde muchas tribus indígenas comercializaban peligrosamente tropas de ganado con hacendados chilenos; pero también es indudable que queda un vacío muy profundo en relación al método usado con el cual se trató de exterminar la población indígena, poniendo en práctica el desmembramiento y la crueldad.

     A pesar de sobrarnos territorios, no se trató de incorporar al aborigen en reservaciones, induciéndolos para que conformaran colonias productivas para así realmente conquistarlo y educarlo a un sistema nacional, al contrario, de manera artera y soberbia se lo echó de su tierra con la terrible consecuencia que grandes extensiones de aquel mismo territorio en muy poco tiempo pasaron a manos de grandes terratenientes y empresas extranjeras y en muchas de sus estancias aún en nuestros días  flamean banderas que no son exactamente la celeste y blanca que creó el General Belgrano.

   Hoy después de haber pasado más de un siglo nos debemos preguntar si aquellas empresas fueron verdaderas campañas y conquistas del desierto, o si realmente fueron campañas sin conquistas, donde se desmembraron pueblos aborígenes para dar lugar a otros intereses económicos que en muchos casos  poco pueden haber contribuido a la grandeza e integración nacional. Argentina realmente tenía y tiene territorio para que convivan y se amalgamen culturas nacionales inclusive la de los aborígenes echados injustamente de sus tierras, las que hubieran sido un ingrediente extraordinario para dar fortaleza a nuestra nacionalidad. Si hoy aquellos pueblos que hemos diezmado y perseguido estuvieran presentes e incorporados a nuestro acervo nacional nuestra soberanía territorial y económica sería más fuerte y protectora y nuestra conquista del desierto sería una realidad nacional y no una herida que nunca termina de cerrar.


Walter Bonetto
19 de julio de 2006
Diario PUNTAL ciudad de Río Cuarto
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