Dar una mirada a las décadas del 70 al 80 del siglo XIX en los legados de nuestra vida nacional, sería como repasar una historia un tanto comprometida en que aparece una realidad de matices difusos y contrastantes. Por un lado se visualiza un país en que el Presidente Avellaneda trabajaba con ahínco para lograr una importante inmigración, apertura económica y educación, dando continuidad de este modo lo iniciado por Sarmiento; mientras que por otro lado se planificaba con meticulosos detalles la “solución final” del problema aborigen ayornada con el rimbombante nombre de “campaña o conquista al desierto”. Ahora bien, debemos entender que el desierto no era tan desierto porque en gran medida ya había sido conquistado por diversas tribus nómadas y algunas sedentarias que lo poblaban y eran ellos los verdaderos dueños de esas tierras e inmensidades, dueños estos que se vieron arrebatados de sus derechos en nombre de lo que ahora se llamaba “conquista y civilización” en donde también debemos ser sensatos y entender que la conquista fue un atropello cruel y despiadado, mientras que la civilización para aquellos pueblos aborígenes fue en gran medida engaño y mentira que aún perdura en nuestros días y a pesar de más de 130 años transcurridos, es una herida que además de perdurar, duele y lastima.
Quizás como lado positivo podemos decir que las barbaries de las invasiones indias en contra de las poblaciones y colonias se acabaron luego de estas campañas, pero de ningún modo justifican las mismas la crueldad y el exterminio de gran parte de aquellos pueblos. Extender las líneas de fronteras de manera violenta no era otra cosa que arrebatarles territorios a los aborígenes, como también fue en gran medida un excelente negociado económico para muchos “visionarios de la época”, en donde no faltaron quienes amasaron fortunas y lograron posiciones a expensa de echar al indio.
Si bien los pueblos aborígenes fueron perseguidos, diezmados y masacrados, al final de estas campañas muchos se beneficiaron, por lo tanto esas “campañas conquistadoras del desierto” iban avanzando rumbo al sur del continente americano. Así lo mencionaba el General Roca en un parte al mismo Presidente de la Nación en junio el año 1879 “Puedo anunciar a V.E. que se acaba de dar cumplimiento a la ley que disponía el establecimiento de las líneas de fronteras en las márgenes de los ríos Negro y Neuquén, ya los pocos indios que quedan en la pampa son acosados por todas partes por nuestras tropas…” Imaginarse el “acosamiento” al que se refiere el General Roca y se lo manifiesta al mismo Presidente de la Nación, hablaba por si solo de una campaña despiadada y cruel de exterminio casi sin límites ni reglas por parte del estado en contra de las comunidades aborígenes y se debe suponer que no faltaban los constantes hechos de crueldad sin límites. Dentro de esas crueldades, además de matanzas indiscriminadas, era en muchos casos las de ataques a tolderías indefensas cuando los varones adultos estaban alejados de las mismas, pero en general se debe considerar que la familia india era diezmada de cualquier forma y método para logra el exterminio: Las mujeres ancianas muertas a igual que los indios viejos; las mayores hechas prisioneras; las más jóvenes eran sistemáticamente violadas y se las forzaba a prostituirse; los niños terminaban separados de sus madres y quedaban abandonados o asesinados y tantas calamidades más, mientras que a los indios adultos se los convertía en esclavos y se los deportaba a otros sitios del país. Cuando se investiga con cierta profundidad este tema no se entiende la crueldad del hombre, y lo más grave es que en este caso no fue el conquistador español con el cual siempre nos lavamos la boca de todo lo que abusó del indio, aquí fue el mismo argentino que cometió semejante atropello y lo realizó incitado por el mismo estado.
Dentro de estas calamidades y aberraciones la iglesia también estuvo presente con sus misioneros y evangelizadores sin darse cuenta que les hubiera cabido una evangelización profunda a los conquistadores del desierto más que a los mismos aborígenes. De todos modos en estas quizás mal llamada “campañas” o “conquistas”, hubo innumerables muestras de valor en destacados sacerdotes y congregaciones de religiosos como los salesianos, quienes en la segunda campaña se oponían con gran decisión y energía, muchas veces poniendo su propia vida de por medio para defender al aborigen ante las crueldades de los soldados, el asesinato, y el desmembramiento de la familia india; por lo que en muchos caso obraban como moderadores del mismo ejército impidiendo estas maldades y atropellos despiadados.
Sin lugar a duda también que, más allá de esos lamentables excesos, aquella conquista del desierto tuvo aristas positivas -como la ya mencionada- en relación a la amenaza constante de invasiones indígenas sobre poblaciones argentinas; también fue positivo avanzar sobre la consolidación de nuestra soberanía en territorios pocos poblados en el sur argentino donde muchas tribus indígenas comercializaban peligrosamente tropas de ganado con hacendados chilenos; pero también es indudable que queda un vacío muy profundo en relación al método usado con el cual se trató de exterminar la población indígena, poniendo en práctica el desmembramiento y la crueldad.
A pesar de sobrarnos territorios, no se trató de incorporar al aborigen en reservaciones, induciéndolos para que conformaran colonias productivas para así realmente conquistarlo y educarlo a un sistema nacional, al contrario, de manera artera y soberbia se lo echó de su tierra con la terrible consecuencia que grandes extensiones de aquel mismo territorio en muy poco tiempo pasaron a manos de grandes terratenientes y empresas extranjeras y en muchas de sus estancias aún en nuestros días flamean banderas que no son exactamente la celeste y blanca que creó el General Belgrano.
Hoy después de haber pasado más de un siglo nos debemos preguntar si aquellas empresas fueron verdaderas campañas y conquistas del desierto, o si realmente fueron campañas sin conquistas, donde se desmembraron pueblos aborígenes para dar lugar a otros intereses económicos que en muchos casos poco pueden haber contribuido a la grandeza e integración nacional. Argentina realmente tenía y tiene territorio para que convivan y se amalgamen culturas nacionales inclusive la de los aborígenes echados injustamente de sus tierras, las que hubieran sido un ingrediente extraordinario para dar fortaleza a nuestra nacionalidad. Si hoy aquellos pueblos que hemos diezmado y perseguido estuvieran presentes e incorporados a nuestro acervo nacional nuestra soberanía territorial y económica sería más fuerte y protectora y nuestra conquista del desierto sería una realidad nacional y no una herida que nunca termina de cerrar.
Walter Bonetto
19 de julio de 2006
Diario PUNTAL ciudad de Río Cuarto
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