miércoles, 5 de abril de 2006

El Golpe



    Los Argentinos en general hemos vividos marcados por una tradición golpista que fue interrumpiendo la democracia y postrando a la nación. La caída de Irigoyen en el año 1930 fue el epicentro de un acontecimiento estremecedor que sepultó a la república y quedó como el “modelo aprobado” de un ensayo definitivo para continuar transitando un futuro sin historia de nación próspera, propia por la mezquindad de sus dirigentes y la falta de madurez de su pueblo. Esta conducta al final fue permitiendo una sucesión de golpes y “danza de generales”, aplaudidos silenciosamente por miles y miles de habitantes, que les permitieron subir sin derecho alguno al palco oficial para terminar obrando de sepultureros de la república, mientras se arrogaban que serían sus salvadores.


    Hoy Argentina transita tiempos distintos; aires nuevos; atmósfera menos enrarecida. Su pueblo desea tener memoria de los horrores de un pasado que lo atormenta, que lo entristece, que lo avergüenza, en donde el recuerdo de miles de mujeres y hombres jóvenes que fueron torturados y perdieron la vida por pensar distinto, palpita en el dolor de muchas madres, padres y hermanos y les pesa demasiado a gran parte de esta sociedad, muchas veces ciega y arrebatada, que no dejó de obrar en complicidad, por su indiferencia, con los golpistas de todos los tiempos. Pero también y aunque a veces no se lo diga en letra grande, pesa demasiado el dolor de cientos y cientos de madres, hijos, padres y hermanos que perdieron a sus seres queridos víctimas del terrorismo subversivo.
    Lo básico lo elemental de nuestros males, es que los argentinos a través de la historia no hemos sabido valorar ni definir “qué es la república”, porque poco nos importó esta. Ya desde los años 30, cuando miles de hombres y mujeres aplaudían con entusiasmo y alegría al Colegio Militar de La Nación en “su entrada triunfal”  llegando a la Plaza de Mayo para arrebatar al gobierno de Irigoyen, se observa una conducta confundida de la sociedad. En aquel lugar estaban “los legionarios de Mayo” (creados por el general golpista) y miles de estudiantes habían luchado en las calles porteñas manifestando el derrocamiento del jefe de estado y aplaudían con mucho entusiasmo al mismo Uriburu.
    Parece que todos estaban eufóricos y alegres de haber sentado en el sillón de Rivadavia al primer dictador de la historia. Con los años  los golpes se repitieron y los argentinos fuimos postergados. La prospera nación con sus enormes riquezas y su gran potencial quedó como excluida de un destino de grandeza y la sociedad quedó terriblemente dividida y desorganizada. Surgieron las pasiones y nadie defendió a la república. El Doctor Marcelo Torcuato de Alvear –como echándole leña al fuego- declaraba desde Europa su complacencia por la caída de Irigoyen. La mayoría del espectro político aplaudió a los militares que ahora eran los dueños del poder. Miles de ciudadanos se encontraban eufóricos porque ahora estaban los militares y tendrían orden. “La hora de la Espada” de Leopoldo Lugones había llegado, -es que los militares y la iglesia debían salvar la nación- . Ingenuos los argentinos. Es que la constitución se había violado.  
    La fórmula se siguió aplicando. Los complots militares se sucedieron. Fragores y revoluciones fueron como “desandando la historia” y postergando el porvenir de millones de ciudadanos, mientras tanto, muchos aplaudían en silencio cómplice la “danza de los generales” y así fue como aplaudieron la “revolución del 55”, la caída de Frondizi, la caída del Doctor Illia y hasta la caída de la viuda de Perón. Nadie defendía la constitución, nadie defendía a la república y cuando el golpe se producía muchos políticos de oposición, gremialistas y sindicalistas se congratulaban, y así tiraban tierra sobre la tumba de la nación para que en “paz descanse”
    Las consecuencias de estas revoluciones fueron fatales para el país, todos los argentinos podemos imaginarnos y palpar ahora los funestos resultados. Hoy la nación toda paga las consecuencias de vivir con tantas diferencias y tanta pobreza sobre una tierra rica y prometedora. Pero debemos ser sensatos, jamás las Fuerzas Armadas de la nación estuvieron solas en estos atropellos constitucionales. Al contrario, siempre “estuvieron bien acompañadas” por intelectuales, profesionales, instituciones señeras, y ciudadanos en general. Muchos argentinos veían con agrado que “subieran los militares” sin medir consecuencias.
    Dentro de las mismas Fuerzas Armadas también existían grandes diferencias. Lo que ocurre es que en el interior de los cuarteles no se deliberaba sobre política, pero lo cierto es que desde la revolución del 30 muchos de los integrantes del estado mayor del Colegio Militar de la Nación estaban en total desacuerdo con el golpe y por momentos hasta su mismo director no estaba convencido con derrocar un gobernante constitucional porque no era función del ejército, pero la presión ciudadana y de políticos extrapartidarios y varios partidarios fue tan grande, que al final su actitud cambió. Esa diferencia de militares golpistas y constitucionalistas siempre existió, pero en definitiva la ambición de poder, el distorsionado concepto de “salvar a la patria” de los golpistas, tanto militares como civiles, se fue imponiendo hasta desembocar después de varias décadas en el “proceso de reorganización nacional”. Este proceso  terminó empeñando a nuestra nación en lo económico, desmantelándola en lo industrial, en donde el “silencio era salud” (slogan oficial para impedir que nadie hablara), dejando tremendas heridas sociales por el problema de los desaparecidos y llevando al país a una guerra perdida.
    Todo esto nos pasó a los argentinos. Recordemos también un episodio tan interesante como olvidado cuando  en el año 1976 el General Videla almorzaba en la casa rosada con algunos de los más encumbrados intelectuales del país y varios de ellos (importantes referentes nacionales) declaraban a la prensa de aquel día: el orgullo que habían sentido por compartir la mesa con el “General Presidente”. Orgullosos del suceso no dudaban en  destacar y hacer públicas sus declaraciones: “…el coraje que el General Videla tenía por sacar al país de la ignominia…”, eran  miles de instituciones intermedias de la nación que se congratulaban con el golpe.
    Unos años después del golpe del 76, más concretamente en agosto de 1978 en una ciudad mediterránea de esta patria se embanderaba una avenida, la prensa ocupaba importantes espacios de anuncios comerciales dando la bienvenida al Almirante Masera, miembro de la junta militar de gobierno. Mucha, pero mucha gente aplaudía su paso, disertaciones, cenas y agasajos para el Almirante en tránsito. Hoy pasaron varias décadas, lo lamentable, lo triste, es que le queremos hacer creer a nuestros hijos que el golpe y la desgracia nacional fue sólo de los militares.


Walter Bonetto

5 de abril de 2006
publicado en  www.ranqueles.com 
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