Río Cuarto y su historia
Río Cuarto es historia viva de esta región. Sus calles, sus casas, sus caminos vecinales, sus campos circundantes, su gente, su plaza, su iglesia. Todo puede mostrarse y entenderse casi sincronizado para recorrer el camino de la historia y ser protagonista imaginario de la misma. Una historia que se hizo con sangre, sudor y lágrimas; una historia de la que participaron miles de hombres y mujeres, inclusive niños, personas que dejaron su vida por el porvenir de esta tierra. También una historia un tanto oculta e ignorada o conocida muy superficialmente, pero cuando uno la profundiza se encuentra con escenarios tan tremendos y conmovedores que nos asombran porque muestran realidades muchas veces ignoradas. Una historia de la que participaron muchos hombres que figuran en el mármol y en el bronce como líderes indiscutibles de tiempos pasados y hasta muchas veces cuestionados; pero que también posee tantos hombres y mujeres atrapados por la indiferencia de los tiempos, -como muchas veces ocurre y preocupa-, porque no siempre figuran en aquel mármol ni en aquel bronce, pero también hicieron a esta ciudad y le dieron su grandeza dado que su protagonismo fue vital y decisivo.
Todos ellos vivieron las esperanzas de los sueños; el sacrificio de los tiempos pasados que muchos fueron tremendos y dolorosos, cargados de temores y contagiados de injusticias, muchas veces tan atroces como perversas: las guerras civiles en donde los caudillos asaltaban cada pueblo y se hacían de prisioneros para sus bandas armadas; las invasiones de los indios tan tremendas como dolorosas y desesperadas; la despoblación de la Villa; las dos epidemias de cólera, todo fue para este pueblo de La Concepción tan desastroso que duele hasta recordarlo. Pero ahí en el medio permanecieron tantos pobladores perseverando en una lucha por un destino tan incierto como impredecible.
Mirar al sur vigilando constantemente el horizonte era el método para sobrevivir; permanecer en el “camino de las pampas”, era la formula exacta que llevaba al triunfo, porque si al camino lo levantaban, -como nos ocurrió en dos oportunidades-, el pueblo moría. Todo fue una lucha tan permanente como sacrificada.
Precisamos hacer un homenaje a todos los hombres y mujeres de nuestra historia mas allá que no conozcamos sus nombres, pero no nos confundamos, fueron muchos, no solamente los que están en las placas y en los libros. Nosotros somos protagonista de una historia muy amplia que ya había nacido dos siglos antes de que el Marqués de Sobremonte colocara el palo de la fundación en este pueblo de La Concepción. En verdad, fue esta una historia que todos participaron, desde los españoles con su arrogancia por esclavizar al aborigen, hasta los mismos indios con sus tremendos malones.
Todo fue una lucha constante y permanente hasta que “la civilización” dominó las pampas corriendo al indio de manera despiadada a los confines de la Patagonia, pero también sometiéndolo sin piedad una vez derrotado. Una historia que en este aspecto no se compadeció del vencido, porque aquellas tierras de donde lo expulsó se las terminó entregando a los grandes terratenientes, muchos de ellos extranjeros que al final se dedicaron a “cazar los últimos aborígenes” casi por deporte y diversión. Y nosotros los argentinos, los criollos, los gauchos que muchas veces en la actualidad nos lavamos la boca con “la conquista”, cuando tomamos el testimonio después de la independencia patria, nos damos cuenta que obramos con mayor crueldad y desparpajo que el mismo español.
Esta es en gran medida nuestra historia, llena de altibajos y de miserias por eso es que las heridas aún no cierran. Precisamos reconocerla con adecuada profundidad para contagiarnos de episodios y comenzar a sentir un poco de vergüenza por las cosas malas que hicimos las que no fueron pocas. La historia fue hecha por todos, por los españoles, por los criollos, por los indios, por los misioneros, por los pobres hombres y mujeres que vivían en las pampas con total desamparo y soledades de tiempos muy difíciles, por los maestros de postas, por los paisanos peones de estancias, por las negras lavanderas que estrujaban ropas en el mismo río, por los primeros colonos, por los comerciantes, por los negros esclavos que habitaban en la Concepción. Todos ellos sin excepción en aquel marco de los tiempos formaron esta ciudad que según dicen “es un imperio”.
Walter Bonetto
9 de junio de 2011
El ranquel mirador
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